Por Néstor Saavedra
En 1994, se realizó la primera compra online que se tenga registrada. Se trataba de un CD de Sting. La operación desafiaba todo lo conocido hasta el momento, ya que durante siglos, y aún sigue vigente, las personas compraban en una tienda física, un mercado, por ejemplo, pagaban y retiraban su mercadería.
Este tipo de ventas a distancia se encontró con otra dificultad: asegurar el flujo del dinero y del objeto enviado. Lo segundo era más sencillo porque desde hace siglos existe distintas formas de correos y encomiendas. Pero el pase del dinero online requirió de distintos avances cibernéticos, que se fueron afirmando para darles confianza a las partes.
En 1995 se suman a esta nueva modalidad dos empresas destinadas a ser gigantes: Amazon, que comienza originalmente vendiendo libros, y eBay, que da los primeros pasos con ventas de productos usados, una especie de feria de segunda mano.
En tres décadas aún los más acérrimos defensores de la presencialidad integraron las ventas online y se sumaron, con mucha fuerza por sus buenos precios, las tiendas chinas, como, por caso, Temu. Se calcula que el tamaño del mercado mundial de comercio electrónico pasó los 20 billones de dólares en 2024 y se espera que alcance alrededor de 67 billones de dólares en 2033.
Esta nueva, masiva y exitosa forma de comerciar se integró a la economía mundial y generó otros desafíos, por ejemplo, a los comercios minoristas, que debieron reconvertirse o, en muchos casos, cerrar. Un caso típico de esta habilidad de cambiar a tiempo es Netflix, ya que originalmente vendía las películas en DVDs que enviaban por correo.
Las compras y ventas online cambiaron la cultura del consumo en todo el mundo. Al principio solo se animaban los más jóvenes, que tenían más habilidad para manejar sitios, programas y aplicaciones. Ellos fueron los primeros en apreciar que la experiencia de compra era diferente y, si bien no podían tocar el objeto deseado, tenían otras ventajas enormes sobre la compra presencial, como leer detenidamente la características del producto y los comentarios de otros compradores, no moverse de la casa o del trabajo esquivando el mal clima y ahorrando tiempo, y contar con la vidriera o escaparate más grande jamás pensada: sin limitaciones.
Si alguna duda había del crecimiento del comercio online, la pandemia del Covid-2019 las disipó. Ya no era una cuestión de elección sino de obligación: así las ciudades de todo el mundo se llenaron de motores y otros vehículos para transportar desde un medicamento salvador hasta la comida diaria, pasando por todo lo imaginable.
Atenta a todo lo que sucede, la tecnología fue creando más y más auxiliares para facilitar las operaciones y hacer más amena la experiencia. Con el crecimiento también surgieron nuevos retos, como, por ejemplo, los mejores empaques y el impacto de la polución generada por miles y miles de vehículos de reparto en las calles. Al respecto, y para citar un ejemplo positivo, MiaCargo compró una flota de motos eléctricas en República Dominicana, que sirven para paliar el impacto de la llamada huella de carbono.
Quien cree que hemos llegado a una cima, a un tope, en materia de comercio electrónico está equivocado. Aún no sabemos todo lo que falta. Lo mismo pensaban los seres humanos cuando hace 50 años atrás les contaban de un teléfono pequeño, sin cables y para hablar en cualquier lugar. Mi tímido punto de vista es que la próxima gran barrera que se romperá es la transmisión del olor: cuando internet nos permita, no solo comprar ese pollo rotisado a distancia, sino elegirlo porque nos hemos tentado primero con su aroma de mediodía.