¿La recesión en EEUU acecha a la vuelta de la esquina? Lo analiza el experto que se hace llamar Gordon Gekko.
Periodista: ¿Llegó la hora de la recesión? Nadie habla de otro tema. Larry Summers, exsecretario del Tesoro, dice que las chances son 50 y 50. Una moneda al aire. ¿Se justifica? ¿O es un ataque de nervios?
Gordon Gekko: Se habla más de recesión que de un mercado bear. Es curioso, porque la caída de la Bolsa terminó de encender las alarmas. El derrumbe en Wall Street instaló el tema así en la conversación. Hasta el más distraído sabe hoy, después de ver los titulares de los mercados en rojo, que la recesión acecha a la vuelta de la esquina.
P.: La Bolsa anticipa.
G.G.: En efecto. Y hasta el miércoles 19 -cuando el S&P500 estampó su último récord- anticipaba la continuidad de la expansión.
P.: Es un cambio rotundo.
G.G.: Un giro completo. Ahora bien, ¿quiere decir que el jueves 20 de febrero -cuando WalMart avisó de los problemas que traería el aumento de aranceles- comenzó el mercado bear?
P.: No lo sabemos. Pero bien puede ser.
G.G.: A esta altura, la gente está más convencida del riesgo de la recesión que el de un mercado bear, aun cuando estamos ya en una corrección fuerte del Nasdaq y a un paso -tras una caída que orilla 9 %- de que suceda lo mismo con el S&P 500.
P.: Es que la Bolsa se mantuvo más firme. La actividad se frenó en seco en enero. El consumo privado cayó en enero. Pese a que crecieron fuerte los ingresos. Y las acciones se dieron vuelta recién a fines de febrero. Esta vez, la economía se anticipó a la Bolsa, ¿o no?
G.G.: Wall Street miraba otra película. Eso es claro. Y la última semana hizo el catch-up. Por eso debió zambullirse de cabeza.
P.: ¿Qué pasó?
G.G.: Trump embistió con los aranceles al 25 % a México y Canadá. No era un bluff, era lo que de verdad quería hacer. Eso es grave. Fue a la guerra, en serio. Y así como avanzó, retrocedió. Dos días después, sin logros que mostrar, con la cola entre las piernas. Pero el daño está hecho. Hablo de la pieza que faltaba romper. Se hizo añicos.
P.: No sé si lo entiendo.
G.G.: En enero se quebró la confianza de los consumidores y de los empresarios (como quedó claro tras la lectura de los informes PMI). Demasiada incertidumbre. ¿Para lograr qué? Y ahora se rompió la confianza de los inversores. Nobleza obliga, Trump y Bessent (el secretario del Tesoro) se ocuparon de restablecer la confianza de los bonistas. Su obsesión era que bajasen las tasas largas.
P.: Con una recesión a la vista, las tasas largas bajan solas.
G.G.: Ahora, sí. Pero Biden había dejado una economía sólida, Trump quería empujar una agenda expansiva, ellos veían el problema ahí.
P.: Todo cambió en dos meses. EE.UU. era la envidia del mundo, la economía más pujante, The Economist dixit. Hoy es la principal fuente de inestabilidad. Y se pasea al borde de una recesión. ¿Qué pasó?
G.G.: Trump 2.0 no es lo mismo que la versión original, actualizada. Es más intrépido, no tiene frenos inhibitorios y sí una extrema urgencia por imponerse. El drama es que la agenda -que la población votó- es altamente tóxica y, a diferencia del primer mandato, se administra con desmesura, sin restricciones. Hasta con la motosierra de Elon Musk, que es como la de Milei, pero no cierra tampoco el déficit fiscal. Ergo, tenemos todo el frenesí, el caos, y la incertidumbre. ¿Y qué resultados? Se destruyó la confianza, el baluarte de los EE.UU. El consumidor duda, aunque todavía tiene empleo e ingresos. El empresario paralizó la toma de decisiones. Aunque Trump recibe promesas todos los días de fabulosas inversiones. Y ahora los inversores desconfían del terreno que pisan. Cartón lleno.
P.: Con Biden estábamos mejor.
G.G.: Con Lighthizer como representante comercial de EE.UU, un halcón, estábamos mejor en el primer mandato. Con Mnuchin y Gary Cohn, que le ponían freno a Trump en los temas financieros y económicos. Con un Trump sin experiencia, más cauto (por ello mismo), nos fue mejor.
P.: Es como Ícaro. Trump apunta demasiado alto. Pero no tiene plafond. ¿Perecerá en el intento? ¿Esto culmina en una recesión? ¿O es evitable?
G.G.: La economía no cayó aún en una recesión. Sí, se desaceleró fuerte. De crecer al 3.% bajó al 1.%. Se crearon 151 mil empleos netos en enero, menos que lo esperado, pero más que suficientes para prolongar el ciclo. La economía no se arruinó. La confianza, sí. Hay que recomponerla antes que el daño sea irrecuperable. Urge dar un golpe de timón.
P.: Trump debería abandonar su obsesión por los aranceles y la guerra comercial. Y no promover más turbulencia.
G.G.: Su política es un búmeran. EE.UU. está soportando el grueso de las bajas. Hasta en eso hay una diferencia con su primer mandato. Wall Street es la que se hunde, Europa y su moneda lucen firmes, o no se tambalean, pese a la zozobra en Ucrania. Las compañías en EE.UU., una por una, recortan sus proyecciones de ganancias, culpa de este capricho.
P.: ¿Cree que Trump tomará nota? ¿O doblará la apuesta? ¿No lo hace con Canadá, que se rebela y le duplica el arancel al acero y el aluminio?
G.G.: Trump avanzando a contramano es la diferencia entre la expansión y la recesión, los mercados bull y el bear. Alguien debe ayudarlo a girar en U preservándole la imagen. Ya se esfumaron 4 billones de dólares en capitalización de mercado desde el 20 de febrero. Los empresarios que ahora lo rodean podrían avisarle. En su primera presidencia, la tensión comercial desescaló con la firma de un acuerdo con China que prometía un salto en las compras de Beijing. Esta vez, Trump le aplicó 20 puntos de arancel extra, y nadie se rasga las vestiduras. Pero el problema serio hierve en la frontera. Es menester canalizarlo renegociando el tratado de libre comercio con México y Canadá. Y enterrar el absurdo calendario semanal de suba de aranceles. Claudia Sheinbaum ya lo domó a Trump. Con Canadá, en cambio, se desató lo que parece una batalla campal, pero es una guerra de odios feroz. No es solamente lo comercial, la propuesta de anexión es tanto o más efervescente. Canadá lo va a desafiar a Trump como no lo haría nadie. No es la Ucrania de Zelenski. No vive lejos ni le debe nada. No es un asunto de Trudeau. No lo será de su sucesor, ni del gobernador de Ontario. Es el país entero, galvanizado por las ofensas de Trump, que quizás ni Trump registra. Esto se arregla con diplomacia a una fracción del costo de querer resolverlo a las patadas. Entienda una sola cosa: agravar la pelea con los vecinos es el camino más corto para ir a la recesión. Todos juntos.
Fuente: Ámbito Financiero