“Es lunes por la mañana en un típico vecindario dominicano y cuatro niñas se despiertan, pero no se están preparando para ir a la escuela. Una hace el desayuno para su hermano mayor antes de que él se vaya a la escuela, mientras que ella se alista para un día de quehaceres. A otra le asusta salir y caminar hasta la estación de metro más cercana por miedo a acoso sexual. La siguiente no va a la escuela, porque no tiene acceso a útiles escolares. La cuarta ha interrumpido su educación porque está embarazada.”
La nota hecha en 2022 por la periodista dominicana Isamar Marte Ñúñez es desgarradora. ¿Qué país estamos armando, no para el mes que viene, no para el próximo cuatrienio, sino pensando en la patria futura, en la que estos niños sean nuestros profesionales, nuestros políticos, nuestros pensadores, nuestra república?
Al cuadro antedicho podemos sumarle otras situaciones de crisis en los niños, como, por ejemplo, que en nuestro país más del 30 % de las mujeres son víctimas de un mal llamado “matrimonio infantil y uniones tempranas”, que las colocan, en la niñez y adolescencia, en una situación de vulnerabilidad dramática.
Chicas en edad de desarrollo que cargan con la responsabilidad de tener hijos, a su vez suelen ser víctimas de la prostitución, en muchos casos, en búsqueda de comida o de protección, y también de otras presiones, como la falta de higiene para ellas y sus bebes, o la violencia de género que se provoca por la falta de seriedad en el armado de una verdadera familia.
Estas niñas o adolescentes suelen casarse (o, por lo menos, juntarse informalmente, ya que está prohibido el matrimonio infantil en nuestro país) huyendo de la violencia (no solo golpes, sino también hambre, descuido, promiscuidad, etc.) de su casa paterna o por haber quedado embarazadas.
Sabemos que luchar contra los males de nuestros menores no es fácil, porque no se trata meramente de un problema temporal sino que está arraigado en la cultura y alimentado por las desigualdades económicas. Pero también sabemos que un país que cimienta su futuro con estas bases está condenado, no importa su crecimiento económico, sus buenas relaciones con otras naciones o el dinero que ingrese por el turismo.
Conani tiene como misión: “garantizar los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes en la República Dominicana, mediante la efectiva rectoría de las políticas en materia de niñez y adolescencia”, y su visión es “que todos los niños, niñas y adolescentes en la República Dominicana vivan en familias y comunidades que respeten, protejan y garanticen sus derechos fundamentales”.
En teoría resulta muy plausible; en la práctica, se está muy lejos de llegar a esta misión y visión. Basta con recorrer algunos barrios, sin esforzarse mucho, para darse cuenta de que el reto que le espera a Ligia Jeannette Pérez Peña, como nueva directora del Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia, es inmenso.
De hecho, esperamos mínimamente que sus redes sociales empiecen a reflejar la realidad: ¿ingresaron a X de Conani? Parece que la única pena que hubieran implementado es la orden de arresto a la señora que maltrató a una niña en San Francisco de Macorís. ¿Es el único caso? ¿En serio, uno solo? Si bien está perfecto que muestren las acciones que emprenden, nos llama la atención que no haya ni una sola foto o video de la realidad de nuestros niños: las pocas fotos con chicos son los favorecidos por alguna de las acciones del Consejo. ¿Raro, no?
Dios guíe a Ligia Pérez y encuentre respuestas de los poderes nacionales: los ministerios del Ejecutivo para trabajar en conjunto (por ej., Educación); el Congreso, para sancionar las leyes que sean necesarias; los Tribunales, para castigar a quienes no las cumplan.