En abierto desafío a la histórica hegemonía ejercida por Estados Unidos en Latinoamérica, China ha venido expandiendo su presencia en la región con base en una vieja estrategia actualizada que, de paso, ha representado para varios países una gran oportunidad ante las trabas arancelarias impuestas por EE. UU., además de una ocasión para explorar una zona geográfica que es territorio virgen para los exportadores latinos.
No en balde algunos analistas estiman que, con la guerra arancelaria, Donald Trump ha entregado en bandeja la región a China, en el entendido de estar impulsando las relaciones que ha venido construyendo Pekín con las naciones de esta parte del mundo, para algunas de las cuales China es ya su mayor aliado comercial.
De momento, y mientras Washington apuesta por la confrontación, retaliación y la amenaza, el gigante asiático sigue tendiendo puentes para acceder a los mercados latinoamericanos, midiéndose en el terreno con pesos pesados globales en negocios sensibles como petrolero, extracción minera y alimentos, y dejando claro que su apuesta no es a corto plazo.
Dos oleadas
Tras su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) y cuando apenas despuntaba el siglo, China decidió expandir sus dominios comerciales más allá de su zona de influencia. La estrategia se sustentó en la emisión de capital e inversiones en regiones como el Medio Oriente, África Subsahariana y Latinoamérica. En esta última la acogida fue inmediata, al amparo de los nexos ideológicos con gobiernos de corte socialista que por entonces comenzaban a despuntar en el continente.
Venezuela fue de los primeros en subirse al barco asiático obteniendo, a cambio de promesas petroleras, ingentes sumas de dinero para la ejecución de obras de infraestructura que en su mayoría no llegaron a culminarse, la compra de todo tipo de productos asiáticos, y la instalación de fábricas de los más diversos artículos, desde bicicletas y automóviles, hasta computadoras, teléfonos móviles y electrodomésticos.
No obstante, el declive de la industria petrolera por desinversión y el consecuente impago de la deuda deterioró la relación, y siguió haciéndolo con la imposición de sanciones por parte de EE. UU. en 2018, lo cual obligó a suspender todo tipo de ayuda a Caracas, que mantiene con China la mayor deuda entre las naciones latinoamericanas: más de 60.000 millones de dólares.
Otros países también aceptaron la ayuda. Brasil, Chile, México, Perú, Argentina, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, por solo mencionar algunos, sacaron buen provecho de esa primera ola expansiva, beneficiándose de grandes préstamos en condiciones muy laxas.
Una segunda oleada se dio en 2013, cuando China lanzó la Faja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), iniciativa que, rememorando la mítica ruta de la seda entre oriente y occidente, cobija un faraónico programa en materia de infraestructura al cual se han sumado unos 150 países.
Algunas cifras permiten medir su alcance: durante los primeros 10 años, China desembolsó unos USD 1.000 millones en el marco de la BRI. Sólo en la primera mitad de 2025 se registraron compromisos por más de USD 123.000 millones, marcando un nuevo hito en las concesiones de fondos.
Buenos resultados
La estrategia ha funcionado y en menos de dos décadas China se convirtió en aliado de primer orden para países de América Latina y el Caribe (ALC). El despegue del comercio lo evidencia: si para el año 2000 el flujo de mercancías alcanzaba USD 14.000 millones, para el 2024 superó los USD 518.000 millones, según datos del Ministerio de Comercio de China.
Aunque la cifra es apenas la mitad del volumen total comercializado por la región con EE. UU. en 2024 (cerca de USD 1.000 millones, según Cepal), es significativo que el crecimiento porcentual del comercio de ALC con uno y otro país se mantenga alrededor del 7 %, un aparente equilibrio que deja traslucir la ruptura del tradicional dominio ejercido por EE. UU.
Con base en las cifras del Ministerio de Comercio chino, Brasil, México, Chile, Perú y Colombia, naciones que abarcan alrededor del 60 % de la economía regional, tienen al gigante asiático como su principal aliado comercial, marcando, además, un nuevo tipo de relaciones con Washington.
Nuevo enfoque
Además de restar espacio a EE. UU. y la Unión Europea en el tablero comercial latinoamericano, la estrategia de China ha permitido establecer una relativa reciprocidad, pese a que la balanza sigue inclinada a su favor.
“La región ha encontrado en el mercado chino una alternativa para dinamizar sus exportaciones, aunque no exenta de desafíos, como la reprimarización y la competencia con la manufactura asiática”, señala en un reciente análisis Parsifal D’Sola, director ejecutivo de la Fundación Andrés Bello – Centro de Investigación Chino Latinoamericano, un instituto con sede en Bogotá.
Con “reprimarización” D’Sola se refiere a que un país vuelve a depender de la actividad extractiva después de haber diversificado su economía. “Este patrón, que ha servido a los intereses comerciales de China, refuerza su papel como comprador de materias primas en lugar de inversor transformador”, añade el investigador.
Lo cierto es que China ha dado un giro a su estrategia para ALC, y lo que fueron compromisos aislados con países seleccionados se ha convertido en un esfuerzo por consolidar su influencia en toda la región, buscando incluso modelar el desarrollo económico, establecer alianzas geopolíticas y hasta ideológicas, donde le es posible.
Esto tuvo un fuerte impulso en la última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y China, en la cual Pekín prometió financiamiento por 35.000 millones de dólares para la región, repartidos en USD 20.000 millones para el desarrollo de infraestructura, USD 10.000 millones en préstamos concesionales y USD 5.000 millones para un fondo de cooperación.
Relaciones riesgosas
El conflicto arancelario iniciado por Donald Trump ha puesto a ALC en una encrucijada que, de alguna manera, obliga a los países a tomar partida, una decisión que en el caso de Brasil y México adquiere connotaciones más delicadas.
El escenario de Brasil es muy particular. Con una economía diversificada que redujo su dependencia de las exportaciones, Brasil es la gran despensa de China para productos como soja, carne bovina, azúcar, maíz y mineral de hierro, entre otros, con un intercambio que supera los 150.000 millones de dólares anuales.
Sin embargo, y pese a la cercanía, Brasilia ha optado por la cautela en la batalla arancelaria. De hecho, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva declinó la invitación de su homólogo Xi Jinping para integrar la BRI, argumentando preferir la libertad de acción de su comercio y dejando claro que ambos países podrían cooperar en “términos mutuamente aceptables”.
China hizo caso omiso al desplante y no cejó en su apuesta. Por el contrario, sigue ofreciendo su ayuda “desinteresada” para grandes obras de infraestructura, como la nueva terminal en el puerto de Santos, cerca de Sao Paulo, una obra que además de permitirle garantizar el suministro de los necesarios insumos agrícolas brasileños, pude tener serias implicaciones para el negocio alimenticio de EE. UU.
Entre dos aguas
Para México el desafío es mayor. Como principal socio comercial de EE. UU., el gobierno mexicano quiere garantizar a toda costa el mercado seguro y cercano de su vecino, sin por ello dejar de mover los hilos diplomáticos para mantener la sana y creciente relación con China, especialmente apuntando a la relocalización de empresas asiáticas en su territorio.
No obstante, el gobierno de Claudia Sheinbaum se ha visto presionado para tomar medidas contra China y prepara un alza de aranceles de hasta 50 % a 1.463 productos de 19 industrias distintas.
Los analistas advierten del doble rasero de la medida: si bien México recurre a un justificado proteccionismo para resguardar su industria, también es cierto que esto puede afectar el necesario suministro de componente chinos, los esfuerzos por atraer inversión asiática en sectores claves como automoción eléctrica, inteligencia artificial y energías limpias, así como una balanza comercial que en 2024 movilizó USD 139.000 millones.
Por ahora, China se ha limitado a rechazar la medida y no ha dudado en apuntarla como una a “coerción” desprendida de la guerra arancelaria de EE. UU., advirtiendo que ello “reducirá la confianza de las empresas para invertir en México”.
Mirar a la otra orilla
Como primer país en firmar un tratado de libre comercio con Pekín, Chile es el mayor proveedor de cobre para China, recurso clave en la industria tecnológica y de la construcción, mientras que las exportaciones de fruta fresca, vino y productos del mar siguen aumentando año a año.
En 2018, Chile se unió formalmente a la BRI, lo cual, junto a los tratados comerciales existentes, ha dado puerta franca para las inversiones chinas en importantes proyectos de litio y otros minerales, así como para apoyar muchas de las iniciativas de energía limpia.
En 2024, el intercambio bilateral superó los 57.800 millones de dólares y ratificó el crecimiento de 9 % interanual, siendo el país asiático destino de más del 37 % de las exportaciones chilenas.
Perú, por su parte, intercambió mercancías con China por casi USD 40.000 millones en 2024, consolidando a ese país como destino seguro para exportación de cobre, zinc y otros minerales estratégicos. China es, por esta misma razón, el principal inversor extranjero en la minería local.
A finales del año pasado se inauguró el puerto de Chancay, la más grande obra de su tipo en el Pacífico americano, que se prevé se convierta en el principal puerto para intercambios entre ambas costas del océano, evitando así el tránsito de parte de las mercancías asiáticas por el Canal de Panamá, un nuevo punto de polémica entre EE. UU. y la región.
En el mapa
Colombia, que había quedado al margen del auge del comercio con China, parece recobrar protagonismo tras la guerra arancelaria. El grueso de sus exportaciones hacia China se centra en petróleo, carbón y café, acercándose en 2024 a los 21.000 millones de dólares.
Aunque EE. UU. sigue siendo su principal socio comercial, la relación viene diluyéndose, y tras las amenazas de Donald Trump de cortar el financiamiento en represalia por el acercamiento con su archirrival, en el marco de su adhesión al BRI, Pekín ofreció a Bogotá aportar los recursos que sean necesarios para proyectos de infraestructuras y otras necesidades.
Por su parte, Venezuela, que no figuraba en el radar chino más que para comprar casi el 80 % de su disminuida producción petrolera, ha vuelto a la pantalla luego de conocerse que la petrolera estatal China Concord Resources Corp (CCRC) invertirá USD 1.000 millones para desarrollar dos campos en el Lago de Maracaibo y extraer 60.000 barriles de crudo al día para fines de 2026.
Pros y contras
La conclusión salta a la vista: mientras EE. UU. se arriesga a una mayor erosión de su influencia en ALC en medio de la creciente competencia geopolítica, China aprovecha para consolidar su posición de contrapeso, sacando ventaja de su enrome capacidad financiera y su atractivo modelo de ayuda, estrategia que pudiera abonar el terreno para colocar parte las exportaciones que ya no van a EE. UU.
Desde esta óptica, es factible creer que África y América Latina ofrezcan a Pekín la oportunidad de absorber su exceso de producción y compensar el descenso de sus exportaciones a EE. UU., que descendieron 33 % hasta agosto, de acuerdo con la autoridad aduanera china.
No obstante, en contrapartida China ofrece comercio sin condiciones y un enorme y creciente mercado abierto a recibir cualquier mercancía que no se produzca en su inmenso territorio, dando chance para que los exportadores latinoamericanos alcancen una plaza de 1.400 millones de posibles compradores.
Fuente: Lex Latin