11/09/01: entre Dios y la muerte están la incredulidad y el espanto

Por Néstor Saavedra

El río Paraná corría rápido bajo un sol brillante. A mis espaldas está Paraguay, con sus verdores increíbles. Frente a mí, las barrancas argentinas hacia donde navegamos después de terminar una nota. Desembarcamos al mediodía. El guía y amigo, Cacho Goncalves, me propone visitar algo que no conozco: las ruinas jesuíticas de San Ignacio.

Vamos con su auto unos pocos kilómetros. Enciende la radio: “Yihadistas de Al Qaeda estrellaron dos aviones contra las Torres Gemelas en Nueva York”, “Hay miles de muertos”.

Cacho, ¡qué feo que los humoristas de la mañana hagan chistes con estas cosas! Que mucha gente no quiera a Estados Unidos, bueno, vaya y pase. Pero andar inventado un atentado, una masacre…

Cacho me responde subiendo el volumen de la radio. No era ningún guionista imaginativo, ningún radioteatro…

Sorprendido, asustado, conmocionado, solo atino a mirar la radio buscando salir de la incredulidad. Siguen las noticias que hoy, 11 de septiembre de hace 23 años, todos sabemos: terroristas chocan dos aviones contra el World Trade Center; un tercero contra el Pentágono y un cuarto cae en el campo gracias al heroísimo de los pasajeros.

En ese momento, levanto la cabeza y veo (hasta hoy las veo) las ruinas que quedaron de la obra que los jesuitas levantaron para evangelizar (mal o bien, es otro tema) a los nativos de la selva de Sudamérica.

Allí están los muros con cuatro siglos de permanencia, símbolo de la acción de hombres buenos que decidieron dar su vida por quienes ni siquiera conocían ni compartían nada, ni su idioma. Allá hay otras ruinas, flamantes, todavía humeantes, obra de hombres malos que decidieron que la vida, propia y ajena, no vale nada.

En Nueva York murieron, al menos, tres mil personas de 66 países, entre ellos, 25 dominicanos. Hoy no hay ruinas, pero ha quedado un recuerdo mucho más amargo que el que convocan aquellos religiosos del siglo 17. Por un lado, Dios, la vida, la esperanza; por el otro, pasé de la incredulidad al espanto. Aprendí mucho. Ojalá (nunca mejor usada esta palabra, que viene del árabe, “Alá quiera”) otros también hayan aprendido.

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