El partido de fútbol que se estaba jugando, sin problemas entre los jugadores, por la Copa Sudamericana entre Independiente de Avellaneda (Buenos Aires, Argentina) y Universidad de Chile fue cancelado a los dos minutos del segundo tiempo, debido a que la parcialidad visitante arrojó contra los locales todo tipo de objetos contundentes y ofensivos, desde un inodoro arrancado de los baños hasta excremento humano.
Para colmo de males, ante la inacción policial y cuando ya gran parte del público chileno había desocupado las gradas, ingresó la barra brava de Independiente y los golpeó a mansalva. El parte médico del hospital adonde fueron llevadas las víctimas de ambos lados afirma que hay 20 heridos, uno de ellos de suma gravedad, ya que se tiró o fue arrojado desde lo alto de la tribuna, lo que implica fácilmente unos 20 a 30 metros de caída.
Quienes observamos el partido por televisión y tratamos de pensar un poco encontramos varias preguntas sin respuesta:
Sobre el público chileno, que fue el que empezó el problema
- ¿Por qué el público chileno accedió al estadio con objetos contudentes y por qué inició el desastre arrojándolos contra los argentinos que estaban en la tribuna inferior? ¿Cuál es el sentido de seguir la agresión durante más de una hora pese al pedido de cese hecho por los altoparlantes? ¿Están enconados con los dirigentes del club? Si es así, ¿por qué la entidad chilena no los ha denunciado?
- ¿Por qué estos delicuentes pudieron cruzar la frontera entre Chile y Argentina sin que ninguna autoridad los detuviese? ¿Tienen tan limpia su currícula en el país del oeste sudamericano?
- ¿Por qué pudieron entrar al estadio con esos objetos? Cuando uno quiere atravesar una frontera, por poco le piden el ADN y a una tía. Cuando uno quiere ingresar a un estadio de fútbol, le palmean hasta las partes íntimas. ¿Qué pasó aquí?
Sobre el club anfitrión
¿Por qué razones si los periodistas advirtieron ¡horas! antes de que era un error permitir que el público visitante se ubicara arriba del público local, sin alambrado, ni pulmón, ni nada, la dirigencia local autorizó esta distribución en las gradas? Días atrás, parciales del equipo chileno habían estado presentes y ocasionaron desmanes en un estadio cercano por la Copa Libertadores. ¿Nadie anotó esta obviedad?
Sobre la policía
- ¿Dónde estaban los 650 efectivos policiales y 150 agentes de seguridad privada destinados para este partido? ¿Por qué no se encontraban entre el público visitante?
- ¿Por qué ante su inacción liberaron la zona para que los parciales más agresivos de Independiente salieran del estadio e ingresaran por el otro extremo a la tribuna visitante para golpear a mansalva a los que habían quedado?
- Según el ministro de Seguridad de la Provincia, el interior del estadio era jurisdicción de la seguridad privada y la Policía aconsejó suspenderlo antes de empezar el partido, pero la Conmebol no quiso.
La única respuesta, la única verdad, es que están arruinando la práctica de uno de los deportes más hermosos, que congrega a millones de aficionados en el mundo que solo desean disfrutar. Al margen de las penas deportivas que imponga la Conmebol (que será juez y parte), aquí hace falta una acción jurídica que determine claramente culpables y los castigue por infracción a las leyes correspondientes.
Los aficionados chilenos que encendieron la mecha no deberían salir más de su país e, incluso, debería pagar algún tipo de condena en su nación. Los dirigentes del club local y las autoridades de seguridad del operativo deben ser procesadas y quitadas de su cargo de inmediato.
La televisación, sospecho que forzada por la Conmebol, también fue bochornosa: en lugar de mostrar las imágenes dejaron una cámara fija apuntando al campo de juego, mientras relataban lo que iba sucediendo. Esto y ningunear a los televidentes es exactamente lo mismo. Obviamente, luego se conocieron por las redes sociales algunas de las miles de agresiones que la televisación disfrazó de «no pasa nada».
En fútbol, el Cono Sur Americano saca enormes jugadores, pero también deja ver la basura escondida debajo de la alfombra.
Por Néstor Saavedra