Por Néstor Saavedra
La legación diplomática de la República Argentina en República Dominicana fue convertida en embajada en 1946. El primer embajador extraordinario y plenipotenciario, el doctor Oscar Hasperué Becerra, era acompañado por “un consejero de segunda clase”, de singular carrera profesional: Luis Felipe Tito Livio Foppa-
Ya desde su nombre connotaba una intención política paterna. Foppa no era diplomático de carrera sino que había iniciado su vida laboral como periodista, escritor y dramaturgo, muy cercano al movimiento anarquista en sus años juveniles. Este último antecedente no le jugaba en favor de las tareas representativas de la nación, pero en 1923 ingresó al Servicio Exterior.
Antes, en 1912 viajó a México para cubrir la larguísima revolución zapatista en ese país. Mientras esperaba las contraseñas para ingresar a México, en Guatemala conoció a Julia Falla, descendiente de una de las familias más acaudaladas. Luego de las notas se casó y, en Barcelona, tuvo a su única hija, Alaíde, desaparecida por la dictadura guatemalteca en 1980.
Tito fue corresponsal de la Primera Guerra Mundial para el diario argentino La Razón. A partir de entonces, Foppa pasó por múltiples destinos, con dos estancias en la zona del Mediterráneo Occidental y Marruecos, de las cuales dejó testimonios en un hermoso libro escrito en 1958: Servicio Exterior: recuerdos e impresiones de un funcionario consular.
En 1940 fue cónsul argentino en Cádiz, con competencia sobre el protectorado español marroquí. Permaneció allí durante cinco años hasta que fue trasladado a La Habana, Cuba. Por entonces, asume el cargo den República Dominicana aunque, muy pronto, volverá al Consulado General de Rabat entre 1947 y 1949.
Tito se separó de su esposa, dejó de ver a su hija que quedó con su mamá en Guatemala y, radicado en Argentina, se dedicó a las letras abandonando la diplomacia. Murió en 1960.