Por Néstor Saavedra
En la Biblia no hay ningún dato acerca de qué día del año nació Jesucristo. Nada se dice en los Evangelios, que relatan la vida y obra del Salvador, ni tampoco en Hechos de los Apóstoles ni las cartas del Nuevo Testamento, que cuentan algunas costumbres de la primitiva iglesia cristiana. Ni siquiera se lee que se celebrase este acontecimiento crucial para el cristianismo.
Entonces, ¿por qué celebrar la Navidad o Natividad de Nuestro Señor un 25 de diciembre? Los paganos tenían una gran fiesta en esta época del año: la celebración del Sol Invicto. Alrededor del 21 a 23 de diciembre se termina el invierno en el Hemisferio Norte y comienzan a alargarse las horas de luz. Los romanos y otros pueblos antiguos creían, entonces, que había que adorar al astro que había logrado «vencer» su tiempo de exposición, cada vez más corto en los seis meses anteriores.
Los cristianos, que repudiaban y condenaban muchas de las formas en que se llevaban a cabo estos desmesurados festejos, pensaron que podía ser una buena ocasión anual para recordar el milagroso nacimiento de Jesús. Esto permitiría que muchos de los primeros fieles se eximieran de caer en la tentación de las pecaminosas festividades.
Esta superposición de fechas en procura de ayudar a los fieles no se terminó aquí. Por ejemplo, muchas Iglesias Evangélicas aún celebran sus campamentos o retiros anuales los días de Carnaval, ya que lo consideran una fiesta con reminiscencias paganas e inmoralidad de sexo y alcohol.
En algún momento de la historia cristiana se consolidó y unificó el festejó de Navidad del 25 de diciembre, incluyendo la noche de espera como cierre de la víspera, es decir, la Nochebuena. ¡Muchas felicidades para todos en estas fiestas y que, además de disfrutarlas con familia o amigos, sirvan para reflexionar sobre la obra de ese niño que nació para transformar al mundo hace más de dos mil años!