El 2024 ha sido denominado como el superaño electoral, el último del superciclo electoral que comenzó en 2021. Al cierre, 73 países celebrarán elecciones, nacionales o legislativas, lo que implica la participación en las urnas de cerca de la mitad de la población mundial.
El politólogo y abogado Daniel Zovatto, que además es investigador del Wilson Center y exdirector de IDEA Internacional, identifica una “tendencia” a nivel mundial, con referencia a la alternancia en el poder. En varios casos, se trató de cambios hacia la derecha o ultraderecha, señala. ¿Por qué? El experto explica que el voto castigo fue un impulsor clave en el superciclo electoral. El descontento por la inflación, el costo de vida y la inmigración, señala, llevó a que los electores buscaran una alternativa. Además, asegura que muchos de estos procesos se caracterizaron por altos niveles de polarización, desinformación y violencia política.
De todas formas, el panorama no es el mismo a nivel regional. Para explicar América Latina, el investigador destaca que se debe tomar la perspectiva del superciclo electoral de 2021 a 2024. Zovatto asegura que “no hay un mapa rojo” en Latinoamérica, más bien, una distribución ideológica heterogénea. Por eso, afirma, los resultados de las elecciones de los próximos dos años adquieren aún más relevancia para marcar una tendencia.
Luego de dar una conferencia en la Fundación Konrad Adenauer en Montevideo, conversó con Diálogo Político en la que profundizó sobre los cambios en América Latina.
¿Cómo define la reconfiguración del mapa político en Latinoamérica que dejó el superaño electoral?
—Hoy no tenemos un mapa rojo. Hasta el 2023 tuvimos seis principales economías gobernadas por la izquierda. Andrés Manuel López Obrador en México, Gustavo Petro en Colombia, Pedro Castillo, al inicio, en Perú, Gabriel Boric en Chile, Alberto Fernández en Argentina y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil. Se pensó que América Latina volvía a una segunda ola rosa, similar a la del inicio del siglo. Pero esta segunda ola es una segunda ola corta respecto de la primera ola.
Además, tuvo dos diferencias muy importantes. Primero, entre la diversidad de los presidentes de izquierda, costó mucho encontrar algunos puntos en común. Por ejemplo, frente al tema de Venezuela, Boric tenía una posición más crítica de la que podía tener en su momento Petro y Lula. En materia de cambio climático, Petro estuvo mucho más junto con Boric, liderando la agenda, que Lula con el tema Amazonía, pero contrarrestado con el tema del petróleo. Segundo, estos gobiernos progresistas regresaron en un momento con muchas restricciones económicas, mientras que la primera ola rosa tuvo billetera gorda para hacer políticas sociales.
Si la región no es un “mapa rojo”, ¿qué tipo de mapa identifica?
—En este momento el superciclo electoral dejó un mapa mucho más heterogéneo en América Latina. Sin olas rosas mayoritarias ni olas azules. La tendencia de voto castigo a los oficialismos ha venido mermando en las elecciones del 2024. Si prevalece la tendencia de voto de castigo, vas a tener un corrimiento hacia la derecha o centro-derecha.
Es muy importante ver qué va a pasar en el nuevo ciclo electoral 2025-2026, sobre todo, en América del Sur. En 2025, habrá elecciones en Chile y Ecuador. En 2026, en Brasil, Colombia y Perú, donde queda ver si viene una figura de centro-izquierda o más bien de centro-derecha. Hubo una crisis política, sacaron a Castillo y Dina Boluarte es una presidenta con bajísimo nivel de popularidad. Estos resultados van a permitir ver si habrá una tendencia hacia un lado u otro.
Si hubiese alternancia, quizás la tendencia más probable sería más hacia la derecha o centro derecha, o que se mantuviese un poco este cuadro de heterogeneidad sin una tendencia clara.
¿Qué explica la tendencia del voto castigo?
—Por la alternancia y por el desgaste.
A inicios de siglo, hubo gobiernos largos. Cuatro del PT en Brasil, tres del kirchnerismo, tres gobiernos seguidos del Frente Amplio en Uruguay, los gobiernos largos de Evo Morales hasta la crisis del 2019. Esta segunda ola [progresista] fue muy corta porque los gobiernos que llegaron prácticamente no pudieron mantenerse.
Luego, vino la alternancia; Macri en Argentina [2015], Pedro Pablo Kuczynski en Perú [2016], Iván Duque en Colombia [2018], Bolsonaro en Brasil [2019], Piñera en Chile [2018]. En todos estos países estaba la percepción de que, así como había habido un ciclo largo de izquierda y de centro-izquierda, ahora venía el ciclo largo de derecha. Y en cada uno de estos países perdió la derecha. Entre estos, algunos ya empezaron a perder y otros se verá lo que pasa en 2025 y 2026.
Independientemente del signo político, lo que les está costando a los gobiernos es poder recuperar las tasas de crecimiento para generar recursos que vayan a las políticas sociales y la generación de empleos. No hay mejor política social que un empleo formal bien remunerado. Estamos teniendo gente que tiene empleo y está por debajo de la línea de pobreza. Y gente que tiene empleo, no está en la línea de pobreza, pero la está pasando muy mal. ¿Por qué? Porque el dinero no alcanza. Se ha encarecido mucho.
Entonces, más allá de la bandera, desde la perspectiva del elector, es un prueba y error. Buscan a alguien que resuelva los problemas y dé resultados.
¿Cuáles son los desafíos de los nuevos gobiernos?
—El contexto internacional no va a traer buenas noticias de ahí. El crecimiento económico para escapar de las tres trampas de las que habla la Cepal es clave. Si no escapamos de esas tres trampas, lo que vamos a seguir teniendo sistemas políticos totalmente deslegitimados, votos de castigo, aumento del malestar social, calles cada vez más calientes, con protestas sociales. En otros países, como en el caso de Uruguay, se agrega el tema de las pensiones.
Fuente: Diálogo Político