Llama la atención en momentos donde la libertad es valorada como uno de los instrumentos más preciados del mundo, que Pedro Sánchez, presidente de España, anuncie que en julio modificará la ley para evitar que cualquier persona dé información por distintos medios digitales y que solo los medios que considere «serios» tengan licencia para informar.
En una entrevista publicada este domingo por La Vanguardia, declaró que presentará “un plan de acción democrática”, buen título para una idea tiránica, para terminar con lo que considera “la impunidad de algunos pseudomedios financiados en buena parte por gobiernos de coalición entre el PP y Vox”. Además adelantó que modificará la ley orgánica sobre el derecho al honor y a la rectificación.
Pedro Sánchez dice que existe una desconexión entre la conversación pública y la publicada, porque “algunos tratan de crear un ambiente irrespirable”. Para “oxigenar el ambiente” (las últimas comillas son de este redactor), tratará de imponer, es decir, darle carácter obligatorio, la nueva ley de libertad de los medios de comunicación que aprobó en abril el Parlamento Europeo con la que, entre otros cambios, exigirá saber quiénes son los propietarios de los medios, su financiación y habrá una “medición objetiva”, cuando se otorguen subvenciones públicas a medios.
Sánchez cree que su tarea como representante del pueblo es controlar el contenido informativo “para consolidar unos medios de comunicación plurales, diversos, con información veraz”, dice en la entrevista. ¡Qué manera tan elegante de menospreciar a los españoles! Hubiese sido menos simpático pero más honesto señalar que, como el pueblo es un tonto que no sabe seleccionar qué información recibir, entonces tiene que haber alguien con poderes divinos que lo haga por la gente. Lástima que Sánchez no reconozca que condicionar la información de prensa es también malinformar y, si los que manejan los medios son capaces de transformar el pensamiento de la gente, pues nada mejor, Sánchez, que transformar a la gente y no a los medios, aunque con solo facilitarle a la gente lo que necesita (seguridad, educación, trabajo, salud, bienestar económico; “la felicidad” que decía Aristóteles), debería alcanzar para que el aire no sea tan hostil al gobierno.
¿No será que el presidente quiere proteger a su mujer, Begoña Gómez, investigada por su presunta implicación en irregularidades relacionadas con la adjudicación de contratos financiados con fondos europeos? Tal vez por eso manifestó su preocupación por “aquellas personas que no pueden salir de casa sin que le insulten por las informaciones que se publican en algunos medios de comunicación”.
La libertad de expresión está en peligro en España, que pretende volver a la inquisición que la retrasó siglos o al franquismo que la colocó entre los peores países de Europa. Probablemente para Sánchez, las lecciones de la historia también emanen ese aire irrespirable que él viene a “purificar”, el verbo de justificación más usado y más temido en boca de todos los dictadores.