Más de 35.000 fieles se congregaron este domingo 20 de abril en El Vaticano para celebrar la Misa de Pascua, presidida este año por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste emérito de la basílica de San Pedro y vicario general emérito de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano.
Por deseo del Papa Francisco, aún convaleciente en Casa Santa Marta, fue él quien ofició la celebración eucarística.
La liturgia comenzó con la apertura del icono del Santísimo Salvador y el canto del «Aleluya», que resuena de nuevo tras su ausencia durante la Cuaresma. Una de las novedades de esta Pascua fue la lectura de la homilía, preparada especialmente por el pontífice.
Dado que este año Oriente y Occidente celebran la Pascua en la misma fecha, tras la proclamación del Evangelio en latín y griego, se entonaron los cantos del Stichi y Stichirà de la liturgia bizantina, antiguamente interpretados ante el Papa.
En la homilía, Jorge Bergoglio subrayó dos aspectos fundamentales del anuncio pascual. El primero: Cristo ha resucitado, está vivo. Por eso, no debemos buscarlo en el sepulcro. No se trata de una bella historia del pasado ni de un héroe para recordar o una estatua para admirar.
Todo lo contrario: hay que salir a buscarlo. Buscarlo en la vida diaria, en el rostro de los hermanos, en lo cotidiano, en lo inesperado. Buscarlo en todas partes, excepto en el sepulcro.
«Buscarlo siempre», insistió el Papa en su prédica. Porque si ha resucitado, entonces está presente en todo lugar. Habita entre nosotros, se revela -y también se oculta- en las personas que encontramos cada día, en los momentos más sencillos e impredecibles de la vida.
«Él está vivo y permanece con nosotros», añadió, «llorando con quienes sufren y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno».
Una fe que impulsa al movimiento
Por eso, la fe pascual no es una solución estática, ni una cómoda seguridad religiosa. Al contrario, nos pone en movimiento. Nos invita a abrir los ojos y ver más allá, a reconocer a Jesús como el Viviente: el Dios que se revela, que camina a nuestro lado, que nos habla, nos precede y nos sorprende.
«Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.»
Apresurémonos al encuentro con Cristo
El Sucesor de Pedro destacó: «Esta es la esperanza más grande de nuestra vida: que podemos vivir nuestra existencia -pobre, frágil y herida- aferrados a Cristo, porque Él ha vencido la muerte, vence nuestras tinieblas y nos lleva a vivir con Él en la alegría, para siempre».
«Como dice san Pablo, también nosotros corremos hacia esa meta, olvidando lo que queda atrás y proyectándonos hacia lo que está por delante. Apresurémonos, pues, al encuentro de Cristo, con el paso ágil de Magdalena, de Pedro y de Juan.»
Finalmente, el Papa recordó que el Jubileo es una oportunidad para renovar la esperanza. No una esperanza abstracta o superficial, sino una fuerza viva que se encarna en medio de nuestros sufrimientos, preocupaciones y cansancio. Estamos llamados a dejarnos transformar por ella, a mirar el mundo con nuevos ojos, y a contagiar esa esperanza a quienes nos rodean.
No podemos permitir que el corazón se encierre en ilusiones pasajeras ni en la tristeza. Debemos correr, llenos de alegría, al encuentro de Jesús.
Al concluir la lectura del texto del pontífice, el cardenal Comastri agregó de manera espontánea: «Gracias, gracias Papa Francisco, por este llamado tan fuerte a despertar nuestra fe en Jesús resucitado, vivo y siempre presente a nuestro lado. ¡Gracias, Papa Francisco, y feliz Pascua!».