Por Néstor Saavedra
Dedicida y absolutamente, no promuevo la justicia hecha con propias fuerzas, pero entiendo la impotencia que provoca en cualquier ciudadano cuando la policía o los tribunales actúan de manera lenta o, peor aún, no aparecen.
Cuando las personas se sienten desprotegidas por las autoridades, lo que implica que estas benefician a los que se comportan ilegalmente, suelen ocasionar mucho más que una represalia y conducen al caos: la víctima se convierte en victimario, el justo se transforma en delincuente y el ofendido en ofensor. ¿Se acuerdan de aquel Román Guerrero, el ebanista que mató cuatro personas e hirió a seis policías, y luego fue abatido, cansado, harto, de robos y fumaderas frente a su comercio en La Romana?
Las amenazas o, mucho más, las agresiones contra quien debería estar detenido o encarcelado son razones por las que una sociedad no funciona. Si el pueblo no cree, el pueblo no crece.
Obviamente, cuando se observa que muchos asesinos tenían orden de arresto, algo común en los feminicidios, el poder de policía y el Poder Judicial son acusados de desproteger a las víctimas y permitir que personas de dudosa inocencia sigan libres. Comprendo que, en muchas ciudades, comisarías y prisiones están saturadas. Entonces, ¿por qué no se crean nuevas?
Si no hay espacio para alojar detenidos, algo anda mal en la justicia de un país, que debería preguntarse por qué sucede esto, es decir, cuál es la causa de que haya tanta necesidad de centros de detención. En naciones como Holanda, las cárceles se están transformando en escuelas, porque, con una correcta ley de consecuencias, con una aplicación de la justicia sin complicidad, sencillamente los barrotes no tienen sentido, y se transforman en pizarras y libros para crear ciudadanos que honren su país.
La población de República Dominicana no necesita de abundantes conferencias de prensa ni de cambios de ropa de las fuerzas sino de acciones concretas en la base de la pirámide, donde los malos paguen un caro y justo precio por su accionar y donde no sea barato, económico, portarse mal.