-¡Hija de mala madre! ¡Hija de mala madre! ¡Te voy a matar como a una perra, desvergonsá!
-Pero si nadie pasó, Chepe: nadie pasó -quería ella explicar.
-¿Que no? ¡Ahora verás!
Y volvía a golpearla.
Este diálogo, que parece una crónica de los últimos días en nuestro país, fue escrito en 1932 por Juan Bosch, que nació, en La Vega, un día como hoy (30 de junio) pero de 1909.
Podríamos contar mucho de aquel presidente por un corto lapso en 1963, luego de un largo exilio en el reinado trujillista. Podríamos contar también que fue derrocado por un golpe militar, y luego de otra estadía fuera de su patria, volvió para las elecciones de 1966, cuando fue derrotado por Joaquín Balaguer.
Podríamos seguir contando que quiso reorganizar el Partido Revolucionario Dominicano y, luego de muchas disidencias, formó el Partido de la Liberación Dominicana en 1973. También podríamos contar que se presentó en cinco elecciones presidenciales más, pero nunca pudo triunfar, y que murió en 2001.
Podríamos contar pero preferimos que él nos cuente. Y elegimos una pequeña pero enorme obra: a los 23 años, Juan Bosch escribió “La mujer”, cuento del que tomamos las líneas con que iniciamos su evocación.
Bosch traza un magnífico paralelismo entre una carretera y una mujer: yacientes, grises, llenas de polvo, comunes a todo el país, quemándose al sol. La descripción es tan sombría como la triste realidad de miles de mujeres de nuestro patria.
Quico, que pasaba por allí, ve un bulto en la ruta y cree que es un carnero atropellado por un carro. Se acerca y nota que se trata de una mujer golpeada. Oye los gritos de un niño que, primero, ha estado agarrado a la pierna de su padre, Chepe, como queriendo evitar el crimen, ya que “de seguro mamá moriría si seguía sangrando”; y ahora, está tirando de su madre, desnudo y con las rodillas candentes. La ruta lo quema; la vida, también.
La soledad y ferocidad del paisaje descripto por Bosch es todo lo que precisamos para entender lo que siente una mujer golpeada. “El marido le había pegado. Por la única habitación del bohío, caliente como horno, la persiguió, tirándole de los cabellos y machacándole la cabeza a puñetazos.”
Chepe ya la había amenazado y echado junto a su hijo, porque no había encontrado el dinero de la venta de la leche de cabra, que le había ordenado realizar en los días de su ausencia. Ella le había mentido diciéndole que la leche se había cortado y por eso tuvo que tirarla: en verdad se la dio a su hijo, prefiriendo la falsedad a la muerte, hipotecando su vida, como miles de dominicanas, para salvar la del niño.
“¡Te mataré si vuelves a esta casa!”, amenazó. Chepe la arrastró hasta la carretera y allí la dejó, desangrándose. Quico vertió el agua que llevaba sobre esa pobre mujer y la llevó hasta el bohío. El drama empeora. Quico y Chepe pelean. Ella toma una piedra negra. El final, sorprendente, es una herida abierta que sangra sobre la carretera muerta, un síndrome de Estocolmo pero muy lejos de Suecia.
“La mujer” es un excelente cuento para reflexionar sobre la violencia, sus secuelas, sus inesperados finales, su largo, larguísimo, desarrollo. Juan Bosch, tan joven, conocía bien este mal que hoy sigue hostigando una sociedad que precisa de amor, de valores y de valor: de Quicos, que intercedan aun al precio de su propia vida. Un desesperado ataque al “no te metas”, que, vaya si Bosch lo sabía, puede trasuntarse en una pequeña ayuda o en una política de Estado.