Hasta que la muerte no nos separe

Por Néstor Saavedra

Muy probablemente no sabes quién fue Natalicio González, pero seguramente conoces bien qué es amar. Casi con seguridad no sabes quién fue Lidia Frutos, pero con certeza conoces qué se siente cuando se ama o se es amado.

Lidia era la mujer más hermosa del Paraguay hace cien años. Todos los jóvenes la deseaban, pero eligió a un intelectual, sencillo y de buena palabra: Natalicio. Se casaron y fueron felices. Un día, no obstante, el amor se puso a prueba.

Mientras Lidia calentaba cera para el piso, el hornillo estalló y le provocó serias lesiones. Su rostro quedó casi desfigurado, perdió una mano y los pechos. Natalicio entendió que lo que se ama se cuida, y la animó día a día. Lidia intentó suicidarse. No pudo. El amor es más fuerte.

Natalicio la ayudó a comprender que la belleza estaba también en otras partes. Le propuso que
siguiera estudiando filosofía y trabajando en la editorial que ambos tenían. Con el dinero que él ganaba como excelente escritor podrían pagar los tratamientos y cirugías.

En 1948, Natalicio asumió la presidencia del Paraguay. En las fotos, la primera dama se veía mucho mejor, aunque con imperfecciones que la acompañaron toda la vida. A los seis meses, un golpe de Estado los empujó a Argentina y, luego, a México, donde unos años después Natalicio fue designado embajador.

El 6 de diciembre de 1966, Natalicio murió por un infarto fulminante. Lidia preparó todo su funeral y con la navaja de afeitar de su compañero se degolló de un certero tajo. El amor puede sobrepasar esa frontera llamada la muerte. Por algo es el sentimiento más profundo y también el que nos deja más vulnerables. Nada hay mejor que un amor mutuo. Nada hay peor que un amor no correspondido. El arte lo deja bien en claro. Algunas vidas, como las de Natalicio y Lidia, también.

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