Se subió un poco la sotana. Metió los pies en el barrio de esa canchita pobre del barrio de Flores, en el oeste la Ciudad de Buenos Aires. Miró el contorno el estadio de San Lorenzo, club de sus amores, confeso fanático. Pateó el penal. La pelota entró por un ángulo y voló alto. Hoy, él también volo más alto aún.
Cuando fue elegido Papa en marzo de 2013, el argentino Jorge Bergoglio marcó importantes hitos en la historia de la Iglesia católica. Fue el primer pontífice latinoamericano, del continente americano y de todo el hemisferio sur. Y el primer no europeo en convertirse en obispo de Roma desde la muerte de Gregorio III en el año 741.
También Francisco fue el primer pontífice jesuita y, como tal intentó, desde el momento de su elección privilegiar la sencillez que se le atribuye a la histórica orden fundada por San Ignacio de Loyola en 1534 por sobre la pompa vaticana.
Al asumir su mandato, decidió recibir a sus cardenales de manera informal y de pie, en lugar de sentarse en el trono, rechazó la limusina papal e insistió en compartir el autobús que llevó a otros cardenales de regreso a casa.
«Me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres», remarcó.
Un año más tarde, Francisco, que con su nuevo nombre rindió homenaje a San Francisco de Asís, el predicador del siglo XIII famoso por su austeridad, era escogido por la revista Time como «la persona del año».
El mundo tenía los ojos puestos en él.
No había sido el favorito para suceder a Benedicto XVI, el primer pontífice en retirarse voluntariamente en vida en 600 años. La mayoría de los analistas había anticipado que el nuevo pontífice sería un hombre más joven.
Sin embargo, Bergoglio, de 76 años, fue escogido tras presentarse como un candidato conciliador, que apeló a los conservadores con puntos de vista tradicionales sobre asuntos sexuales y atrajo a los reformistas con su postura liberal sobre la justicia social.
El cónclave apostó a que, pese a su edad, su figura poco ortodoxa podría ayudar a rejuvenecer al Vaticano y revitalizar su misión.

Sus orígenes en Argentina
Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936 y fue el mayor de cinco hermanos. Sus padres habían huido de su Italia natal escapando del fascismo.
Le gustaba bailar tango y, como buen argentino, amaba el fútbol. Era hincha del club San Lorenzo, una pasión que mantuvo toda su vida. Criado en un barrio popular porteño, mantuvo relación continua con su familia y sus raíces.
«Tengo cartas de él describiendo la formación del equipo de San Lorenzo del año 46, recuerdos de su infancia», le cuenta a BBC Mundo Gustavo Vera, un activista contra el trabajo esclavo y la trata de personas que era muy amigo de Bergoglio y mantuvo correspondencia asidua con el pontífice durante los 12 años que duró su papado.
A los 21 años Bergoglio estuvo cerca de la muerte. Tuvo una infección respiratoria grave por la que debieron extirparle parte del pulmón derecho. Esto lo dejó vulnerable por el resto de su vida a las infecciones respiratorias.
Se graduó como técnico químico en la escuela secundaria, y trabajó como portero de un club nocturno y barrendero.
Luego consiguió empleo en una fábrica local, donde trabajó bajo las órdenes de la bioquímica y activista social paraguaya Esther Ballestrino, con quien inició una amistad que duraría años.
«Francisco le tenía un afecto enorme. Me contó que ella le enseñó mucho de historia y sobre el mundo de la izquierda y el marxismo. Él no tenía ideología, pero siempre trató de entender poliédricamente el mundo, siempre tuvo esa apertura», relata Vera.
Tras el golpe de Estado de 1976, la hija de Ballestrino fue secuestrada y desaparecida por militares. Al año siguiente, Esther se convirtió en una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo.
Muy pronto ella misma fue secuestrada y torturada. Su cuerpo nunca fue hallado y se convirtió en una de los miles de desaparecidos que dejó el régimen militar.
«Lo que más aprendió de ella es que, más allá de que uno sea de palabra cristiano, lo importante es lo que hace. Y él veía a Esther como una persona totalmente volcada a servir al prójimo, inclusive arriesgando su propia vida», agrega Vera.
Los años de plomo
En los años 60, Jorge Bergloglio había dejado su trabajo como técnico químico para entrar en el seminario en la Compañía de Jesús.
Tras ser ordenado sacerdote en 1969, estudió humanidades y filosofía en Argentina, vivió en Chile y un breve tiempo en Alemania. Enseñó literatura y psicología en colegios jesuitas.
Ascendió rápidamente y en 1973 se convirtió en superior provincial de la orden que había elegido.
Eran tiempos convulsos en Argentina, y tras el golpe militar fue señalado de no haber protegido a dos sacerdotes que fueron secuestrados por los militares mientras trabajaban en algunos de los barrios más pobres del país.
Fue una acusación que él negó rotundamente, insistiendo en que trabajó tras bastidores para liberarlos. Los sacerdotes fueron torturados, pero finalmente se los encontró con vida. Años más tarde, Bergoglio fue investigado por este caso y exonerado.
También hay quienes sintieron que no hizo lo suficiente para oponerse o denunciar al brutal régimen militar que dejó decenas de miles de víctimas.
«Hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas», aseguró él mismo sobre esa controversia en la biografía «El Jesuita», publicada en 2010.
Tras su elección como Papa en 2013, varias personas confirmaron que trató de ayudar a quienes buscaron huir del país. Incluso se publicó un libro con testimonios titulado «Salvados por Francisco».
«Nos llevaste en tu auto (…). Me pediste que tratara de ocultarme y que no mirara el camino que íbamos a hacer. Pensé: ‘¿Se habrá dado cuenta este curita del riesgo al que se está exponiendo?’. Entonces no sabía que eras el Provincial de los jesuitas», cuenta el uruguayo Gonzalo Mosca, quien fue perseguido por los militares de ambos países, en una carta que se recoge en el libro.

Defensor del diálogo
Bergoglio también mantuvo diferencias con jesuitas que lo criticaban por su falta de interés en la teología de la liberación, esa síntesis del pensamiento cristiano y la sociología marxista que buscaba derrocar la injusticia.
Él, por el contrario, prefería una forma más suave de apoyo pastoral. A veces, la relación incluso rayaba en el distanciamiento.
No obstante, siguió escalando en la jerarquía eclesiástica.
Fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 y seis años más tarde se convirtió en arzobispo.
El papa Juan Pablo II lo nombró cardenal en 2001 y asumió cargos en la Curia, el organismo que supervisa el funcionamiento de la Iglesia católica.
En todas esas instancias cultivó la reputación de hombre de gustos sencillos, que luego mostró como pontífice.
«Cuando lo conocí, me llamó la atención porque viajaba siempre en subte y colectivo (autobús), vivía en un cuartito en el segundo piso del arzobispado sin servicio doméstico, nada. Se hacía todas las cosas él», recuerda Vera, quien se acercó por primera vez al entonces arzobispo para pedirle protección para su organización, la Fundación La Alameda, que estaba amenazada por su lucha contra la explotación y la trata de personas.
Bergoglio también solía volar en clase económica y siempre que podía prefería usar la túnica negra de sacerdote a otros trajes.
En sus sermones, llamaba a la inclusión social y criticaba a los gobiernos que no prestaban atención a los más pobres de la sociedad.
«Vivimos en la parte más desigual del mundo, que ha crecido más, pero que ha reducido menos la miseria», denunció en más de una oportunidad.
A Francisco se le reconoce también por incentivar y privilegiar el diálogo. Trabajó intensamente con miembros de otras iglesias, hizo grandes esfuerzos para sanar la brecha milenaria con la Iglesia Ortodoxa Oriental y convenció a los líderes israelíes y palestinos de que se unieran a él para orar por la paz.
Durante su papado, llamó la atención sobre los migrantes que llegaban en botes a Europa y comparó los centros de detención de inmigrantes en ese continente con campos de concentración.
De hecho, su primera visita oficial como Papa fue a la isla italiana de Lampedusa, donde cada año llegan miles de personas desde las costas africanas.
Y, como latinoamericano de habla hispana, brindó un servicio crucial como mediador cuando el gobierno de Estados Unidos avanzó hacia un acercamiento histórico con Cuba, bajo el gobierno de Barack Obama (2009-2017).

Tradiciones y abuso
Pero así como tuvo muchos elementos pioneros, su papado ha sido señalado por muchos como ambivalente. Es que en muchos aspectos, el papa Francisco era un tradicionalista.
Fue «tan intransigente como el papa Juan Pablo II… sobre la eutanasia, la pena de muerte, el aborto, el derecho a la vida, los derechos humanos y el celibato de los sacerdotes», afirma monseñor Osvaldo Musto, quien estaba con él en el seminario.
Bergoglio dijo que la Iglesia debería dar la bienvenida a las personas independientemente de su orientación sexual, pero insistió en que la adopción gay era una discriminación contra los niños.
Pronunció palabras cálidas a favor de las uniones de personas del mismo sexo, pero se negó a llamarlo matrimonio. Eso, para él, sería «un intento de destruir el plan de Dios».
En 2013, ya siendo Papa, participó en una marcha pro vida en Roma, pidiendo por los derechos de los no nacidos «desde el momento de la concepción».
Y aunque en enero de 2025 nombró, por primera vez en la historia, a una mujer (Simona Brambilla) como prefecta en el Vaticano, se resistió a la ordenación de mujeres, declarando que el papa Juan Pablo II había descartado de una vez por todas la posibilidad.
«Yo creo que es el Papa más importante en cuanto a reformas de la Iglesia desde Juan XXIII», le dijo a BBC Mundo el periodista Vicens Lozano, autor de «Vaticangate», quien lleva más de cuatro décadas cubriendo la Santa Sede.
«Es cierto que cuando asumió generó grandes esperanzas de reformas y decepcionó a mucha gente que pensaba que el proceso sería muy rápido, pero el tiempo de la Iglesia es muy distinto al que se vive fuera de los muros del Vaticano… siempre digo que cuando uno entra allí debe sacarse el reloj», señala.
«En los últimos años de su papado Francisco aceleró el proceso de reformas, pero no quería ahondar las divisiones entre los reformistas y los tradicionalistas para evitar que se produzca un cisma», afirmó Lozano.
El mayor desafío de su papado vino de dos frentes: de aquellos que lo acusaron de no abordar el tema del abuso clerical y de los críticos conservadores que sentían que estaba diluyendo la fe.
Estos últimos tenían en mente sus acciones para permitir que los católicos divorciados y vueltos a casar tomaran la comunión.
A veces, los dos ataques convergieron en uno: los conservadores adoptaron el tema del abuso infantil como un arma en su campaña de desprestigio.
Uno de los más famosos lo inició en agosto de 2018, el arzobispo Carlo Maria Viganò, exnuncio apostólico en EE.UU., que publicó una declaración de guerra de 11 páginas.
En su carta, describió una serie de advertencias hechas al Vaticano sobre el comportamiento del excardenal Thomas McCarrick, a quien describió como un abusador en serie que tenía víctimas adultas y menores.
El Papa, alegaba Viganò, lo había convertido en un «consejero de confianza» a pesar de saber que estaba profundamente corrompido.
La solución era clara, decía: Francisco debía dimitir.
«Estas redes homosexuales», afirmaba Viganò, «actúan bajo el manto del secreto y de la mentira, con el poder de los tentáculos de un pulpo (…) y están estrangulando a toda la Iglesia».
La disputa terminó con la destitución de McCarrick, luego de una investigación del Vaticano.
Durante su papado, Francisco tomó algunas medidas concretas para frenar los abusos dentro de la Iglesia. «Una de las más fundamentales fue el cambio del código canónico, que no solo castiga hasta la expulsión a los sacerdotes criminales, sino que también castiga con el mismo rigor a los que encubren estos abusos», dice Lozano.
En 2019 el Papa removió a toda la cúpula de la Iglesia en Chile por no haber actuado para frenar los abusos sexuales infantiles que cometieron durante décadas miembros del clero en ese país.
También pidió disculpas por haber cometido «graves equivocaciones de valoración» durante su visita a Chile, el año anterior, cuando defendió la inocencia de un obispo que encubrió abusos.
En enero de 2025 disolvió el Sodalicio de Vida Cristiana, la comunidad religiosa católica con sede en Perú investigada durante años por denuncias de presuntos abusos sexuales y psicológicos.
También luchó contra el abuso de poder: en 2022 le quitó privilegios al Opus Dei, una de las instituciones más conservadoras de la Iglesia, que quedó relegado a la categoría de asociación clerical pública.
Ocurrió meses después de que 43 exempleadas domésticas de Argentina, Paraguay y Bolivia denunciaran al Opus Dei ante el Vaticano por servidumbre y explotación laboral.
Para Lozano, las acusaciones de que no hizo suficiente son injustas. «Francisco luchó contra lo que él mismo llamaba la ‘cultura de la impunidad en la Iglesia’ y creó varias comisiones en el Vaticano para investigar los casos de abusos sexuales», cuenta.
«Hubo muchas expulsiones de sacerdotes de la Iglesia, lo que pasa es que eso aparece poco en los medios de comunicación», asegura.

Legado
Jorge Mario Bergoglio subió al trono de San Pedro decidido a cambiarlo.
Para dar ejemplo, fue un Papa sin lujos que eligió no vivir en el Palacio Apostólico del Vaticano -que incluye a la Capilla Sixtina-, sino en la residencia de Santa Marta, al lado, donde vivía en un pequeño departamento de tres ambientes. Creía que cualquier otra cosa sería vanidad.
«Mira el pavo real», dijo, «es hermoso si lo miras de frente. Pero si lo miras desde atrás, descubres la verdad».
«Él sabía que la base del poder era predicar con el ejemplo», dice Vera.
«Pocos saben que los miércoles, cuando tenía la audiencia general, y los domingos, cuando rezaba el Ángelus, él almorzaba en el comedor de Santa Marta.
«Pero no iba a la misma hora que almorzaban todos los prelados, sino una hora antes, con los mozos y los cocineros, y él mismo se servía su comida, como si fueran una familia», revela.
También esperaba poder reorganizar la institución desde adentro, mejorando su misión histórica al eliminar las luchas internas, centrándose en los pobres y devolviendo la Iglesia a la gente.
«Necesitamos evitar la enfermedad espiritual de una Iglesia que está envuelta en su propio mundo», dijo poco después de su elección.
«Si tuviera que elegir entre una Iglesia herida que sale a la calle y una Iglesia enferma y retirada, elegiría la primera».
Lo logró solo a medias.
Muchos de los que esperaban una gran reforma se sintieron decepcionados, sobre todo por cómo encaró el legado de abuso sexual clerical.
En su propio patio trasero, América Latina, no logró frenar el avance de la Iglesia evangélica, que durante sus 12 años de papado no dejó de sumar a fieles desencantados con el catolicismo.
Y en su natal Argentina causó decepción el hecho de que nunca visitó el país, que en los últimos años ha atravesado una de las crisis económicas más graves de su historia, con un fuerte aumento de la pobreza y de haber sostenido relaciones ambivalentes con funcionarios de distinta índole política.
No obstante, Francisco será recordado por su trabajo incansable para difundir la palabra de Dios, con visitas a más de 60 países en todos los rincones del planeta.
Y, como un hombre humilde que practicaba lo que predicaba y que mantuvo la calidez y sencillez a pesar de ocupar lo que seguramente sea el cargo vitalicio más poderoso del planeta.
Fuente: BBC, Cadena 3, La Nación, Clarín y elaboración propia