Noche de fines de 1979. Stella mira, con sus amigas y en una plaza, un álbum de fotos de su cumpleaños de quince. Condensan todas las emociones de la fiesta que ha tenido lugar unos días atrás. Emocionada, se da cuenta de que se le hace tarde para tomar el bus, la guagua. Se va y deja las fotos sobre el banco.
Mientras viaja se da cuenta del olvido. Llora durante una hora hasta llegar a su casa. “Cuando le conté a mi mamá me quería matar”, destacó.
Apenas, 44 años después, cuando el mundo ya no es el mismo, “en un grupo de Facebook de vecinos de Ituzaingó (suburbios de Buenos Aires, la capital argentina), alguien publicó las fotos, publicó que tenía el álbum y un montón de gente me reconoció: vecinos, compañeros de colegio, mi sobrina, mucha gente”, contó Stella, la “chica de 15”, a un medio local, Castelar Digital.
Pero ¿cómo ese álbum extraño para millones de seres humanos no fue a la basura? La misma noche de la trágica plaza, Alicia, una nena muy chiquita, estaba con su mamá y su hermanito paseando en bicicleta. Sobre un banco encontró una caja. La abrió y vio un libro forrado en cuero con bellas letras doradas en tapa que decían “Mis Quince años”. Se lo mostró a su mamá y decidieron guardarlo.
¿Cómo ubicar a la dueña en épocas sin internet ni redes sociales? Preguntaron a algunas vecinas. Fueron a la casa de fotos que aparecía en un sello. Nadie la ubicaba. Una hora de distancia en guagua es muy lejos para ser conocida.
El álbum quedó en el mejor lugar para guardar cosas viejas, que supera, incluso, a las bóvedas de un banco, la casa de la abuela. Hasta que un día, la anciana falleció; después también murió la mamá de Alicia. Mucho más tarde, la niña de la bicicleta, limpiando la casa, se topó con el viejo álbum.
Ya con redes sociales, reanudó la búsqueda de cuatro décadas atrás. Hasta que se produjo el mágico encuentro y hoy, 44 años después, Stella tiene su fotos del cumpleaños de 15.
La esperanza es lo último que se pierde. A veces, los álbumes son los primeros.