El primer paso del inválido Glenn

Por Néstor Saavedra

Glenn Cunningham llega temprano a la escuela. Con su hermano Floyd prenden la estufa para calentar el aula. Un descuido provoca una fuerte explosión. Los rescatan y llevan a un hospital. Floyd muere dos días después y Glenn queda gravemente herido. Los médicos recomiendan a su madre amputarle las piernas.

Sin embargo, ella decide elegir el camino de una lenta recuperación. Ambos evitan esa operación, pero Glenn no camina: ha perdido la masa muscular y los cinco dedos de un pie.

“Creo que en ese momento tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Cuando mi madre regresó, le dije: ‘Yo no voy a ser un inválido. Voy a caminar’. Y entonces, su madre realizó un gesto que fortaleció al pequeño Glenn, y le acompañaría de por vida: «Me dio un beso y me dijo: ‘Lo sé, hijo. Ellos se equivocan'».

La madre lo masajea todos los días. De a poco logra ponerse de pie. Y da el primer paso. Luego, un segundo, pero era “como si me clavaran puñales en cada pierna”.

A los 10 años retorna caminando al colegio. Y de a poco empieza a correr y gana una carrera entre compañeros. Su vida toma velocidad y sus piernas rehechas también. En la Universidad de Kansas comienza a hacer atletismo y asombra: en su primera competencia de una milla vence el récord del estado y, un meses después, el de todo Estados Unidos.

Cuando no existían los Juegos Paralímpicos, a los 23 años representa al país en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles: sale cuarto en los 1,500 metros. Cuatro años más tarde, en las Olimpíadas de Berlín supera el récord mundial y gana la medalla de plata a un suspiro del tremendo Jack Lovelock.

Tiene todo para llegar al oro, cuando la Segunda Guerra Mundial interrumpe la competición. Su fe y sus ganas no decaen: logra la licenciatura en magisterio en la Universidad de Iowa, y se doctora en la Universidad de Nueva York. Luego abre el Glenn Cunningham Youth Ranch in Kansas donde, junto a su mujer, no para de ayudar en su formación a niños necesitados y desfavorecidos.

Glenn muere el 10 de marzo de 1988, con 78 años. Su fe en Jesús pudo más que todos los pronósticos desfavorables. El mismo reconoce su predilección por aquella promesa divina del libro bíblico de Isaías: “Hasta los jóvenes pueden cansarse y fatigarse, hasta los más fuertes llegan a caer, pero los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse”.

Dios no nos dice que no tendremos problemas, pero podemos elegir, en muchos casos, entre vivir depresivos, resignados y maldiciendo, o ser como Glenn Cunningham. Todo empieza con un paso. De fe.

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