Día Mundial del Alzheimer: señales que no debes ignorar y cómo prevenir la enfermedad

Cada 21 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Alzheimer, fecha establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Federación Internacional del Alzheimer con el fin de concientizar y poner en agenda una problemática que crece a nivel global.

La cardióloga Sonia Costantini advierte que la prevención comienza mucho antes de la aparición de los síntomas. “Los factores de riesgo cardiovascular como hipertensión, diabetes, obesidad o colesterol alto no solo dañan el corazón. También aumentan el riesgo de desarrollar Alzheimer”, explicó. La especialista subraya que una buena alimentación, la actividad física y la estimulación cognitiva son estrategias concretas para ralentizar el avance de la enfermedad.

“Lo que más impacta es la detección temprana. Olvidar nombres, perderse en lugares conocidos o confundir billetes no es parte natural de la vejez. Son señales de alerta que requieren consulta médica”, sostuvo Costantini.

El abordaje del Alzheimer, coinciden los especialistas, debe ser interdisciplinario y apuntar no solo al paciente sino también a la familia y los cuidadores, que necesitan acompañamiento y herramientas para sostener la autonomía en la vida cotidiana.

El Alzheimer es la forma más frecuente de demencia neurodegenerativa y representa cerca del 40 % de los casos en adultos mayores. Sus síntomas van más allá de la memoria: afectan la capacidad de tomar decisiones, la atención, la conducta y hasta funciones básicas como alimentarse o reconocer la sensación de hambre.

Síntomas y diagnóstico

El Alzheimer suele comenzar de manera silenciosa. Los primeros síntomas se relacionan con olvidos frecuentes, dificultades en la atención, pérdida de orientación y problemas para resolver situaciones simples. También pueden aparecer cambios de ánimo como apatía, irritabilidad o depresión, junto con alteraciones del sueño.

El diagnóstico requiere un examen clínico completo, pruebas de laboratorio, estudios de imágenes y una evaluación neuropsicológica. Cuanto antes se detecte, más posibilidades existen de implementar medidas que retrasen la progresión.

Sonia Costantini remarca que el diagnóstico no debe limitarse a lo neurológico: “El corazón y el cerebro están conectados. Si controlamos los factores de riesgo cardiovascular, también estamos protegiendo al cerebro”.

Estimulación cognitiva
Mantener al cerebro activo es clave para retrasar el deterioro. Actividades como leer, hacer crucigramas, aprender un idioma, tocar un instrumento o jugar al ajedrez estimulan nuevas conexiones neuronales.

“El cerebro necesita desafíos constantes, al igual que el corazón necesita movimiento».

La especialista agregó que la salud mental es un factor central. La depresión, la ansiedad y el aislamiento social incrementan el riesgo de Alzheimer y complican la recuperación de los pacientes cardíacos. Por eso, incluir psicólogos y psiquiatras en los equipos médicos es una tendencia en crecimiento.

“Preguntar cómo está el ánimo de un paciente debería ser parte de la consulta cardiológica y neurológica”, afirmó.

Prevención desde los factores de riesgo

Aunque el Alzheimer tiene un componente genético, existen factores modificables que influyen de manera directa. La hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol alto, el tabaquismo y la obesidad son condiciones que aumentan la probabilidad de desarrollar demencias.

“Si un paciente trata adecuadamente su presión o su diabetes, reduce el riesgo no solo de infartos y ACV, sino también de Alzheimer”, explicó la especialista. La prevención, entonces, no depende de un solo especialista sino de un trabajo coordinado entre médicos clínicos, cardiólogos, nutricionistas, neurólogos y psicólogos.

La edad es el principal factor no modificable, pero los hábitos son los que marcan la diferencia. Incorporar movimiento, mejorar la alimentación y evitar el aislamiento social son medidas accesibles y poderosas.

¿Qué rol juega la alimentación?
El deterioro cognitivo que produce el Alzheimer impacta directamente en la alimentación. Con el avance de la enfermedad, las personas pueden perder la sensación de hambre y sed, no registrar horarios de comidas e incluso rechazar los alimentos.

Además, aparecen dificultades para manipular cubiertos y trastornos como disfagia (problemas para tragar), lo que obliga a adaptar la dieta a consistencias blandas y húmedas: purés, guisos, carnes procesadas o picadas con salsas. “Los alimentos deben humedecerse para facilitar la deglución y prevenir atragantamientos”, indican las guías de alimentación.

También es frecuente que haya sequedad en la boca, lo que hace necesario reforzar la hidratación con líquidos espesados, sopas o licuados de frutas. Un ambiente tranquilo y comidas adaptadas a lo que el paciente pueda comer por sí mismo ayudan a sostener la autonomía.

Cuidar a los cuidadores
El Alzheimer no solo afecta a quien lo padece, sino también a sus familiares y cuidadores. El desgaste físico y emocional puede ser muy alto, por lo que es fundamental brindar apoyo y contención a este grupo.

La estrategia debe ser interdisciplinaria: médicos, nutricionistas, terapeutas ocupacionales y psicólogos trabajan juntos para mejorar la calidad de vida. “La autonomía debe ser respetada en cada etapa, adaptando el entorno a las posibilidades de la persona”, sostienen las guías internacionales.

Costantini lo resume en una idea: “Aunque el Alzheimer no se pueda curar, sí se puede ralentizar su avance y mejorar la calidad de vida. Y en ese camino, la familia necesita tanto acompañamiento como el paciente”.

Nutrientes que protegen
Una alimentación equilibrada puede convertirse en una herramienta de prevención. Se recomienda asegurar el aporte de:

Vitamina E, presente en frutos secos, aceites vegetales y semillas.
Vitamina D, que se obtiene con exposición solar y alimentos como pescados, lácteos fortificados, huevos y champiñones.
Ácidos grasos Omega 3, en pescados como caballa, atún y sardinas, además de algunos alimentos enriquecidos.
Calcio, disponible en lácteos y en vegetales como brócoli, repollo o almendras.
Estos nutrientes ayudan a proteger las células, mejorar la función cognitiva y sostener la salud ósea y muscular. “La alimentación es parte del tratamiento integral. Lo que ponemos en el plato puede ser tan importante como un medicamento”, destacan los profesionales.

Fuente: Río Negro

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