Tradicionalmente, en gran parte de América el día del mes que, para muchas personas, implicaba mala fortuna era el martes 13. Incluso, quizá para no limitarse tanto y solo restringirse a estar encerrado, se le agregó el atenuante: «no te cases ni te embarques». La fama del día llevó a que hubiese obras de teatro o hasta música con su nombre, por ejemplo, un foxtrot en Argentina llamado Martes 13, muy popular en la década de 1940.
Por alguna razón y en algunas culturas populares, el martes mutó en viernes sin desprenderse del número que es sinónimo de mala suerte desde antiguo. Se cree, incluso, que la cifra tiene raíces en el cristianismo, ya que, en la Última cena que celebró Jesús, el decimotercer comensal sería Judas, el traidor, ya que los otros once fueron los primeros once apóstoles.
¿Pero cómo once si sabemos que eran doce? Claro: en la cena quedaron once más el Señor. Y, cuando este resucitó y ascendió, los once eligieron a Matías como reemplazante de Judas.
Precisamente, el hecho de que Jesús fue crucificado un viernes, unas horas antes del día de reposo (sábado), donde no se practicaba este tipo de pena, refuerza la asociación negativa entre el día y el número.
La tardanza del viernes frente al martes puede notarse en que recién en 1980 apareció una película con el nombre Viernes 13, aquella en la que Jason no es el asesino, sino su madre, Pamela Voorhees.
La superstición lo único que consigue es la irresponsabilidad, es decir, echarles la culpa a factores externos e irreversibles de que la dicha no nos acompañó en distintas cuestiones de la vida en vez de buscar por qué sucedió ese revés, en qué fallamos y en qué podemos mejorar.
Podríamos demostrar de mil maneras la ineficacia de la creencia en estos amuletos físicos o mentales. Una prueba, simplemente: en viernes 13 nacieron Alfred Hitchcock y Fidel Rueda. Y no me digan que la industria del cine y de la canción mexicana no fueron más que bendecidas por estas dos vidas.