«Dame un metro de respeto»

Por Néstor Saavedra

El amor, el odio, la paciencia, el bienestar, la malicia, el terror y tantísimas más abstracciones no pueden medirse. No existe una escala de la mentira ni de la pasión, por ejemplo. Es más: la ciencia lucha desde hace años por encontrar, por caso, cómo medir la reacción de un paciente frente al dolor o el ardor, porque no existe una unidad que permita armar una escala común a la humanidad, como pasa con el kilo de chocolate, la libra de pollo o el litro de agua.

Por eso cuando pido “un metro de respeto”, no me refiero a cien centímetros de consideración, de buen gusto, de amabilidad, sino al conocido transporte público de pasajeros que, como sucede con cualquiera de sus “hermanos” (el tren, el barco, la yola, el avión, el bus o el que fuere) requiere de ciertas normas, ya que no se trata de un medio individual, como el carro, sino colectivo, donde todos somos iguales, seamos hombre o mujer, niño o anciano, de Santiago o de Santo Domingo.

Días atrás, el comunicador Wilmer Castillo se manifestó indignado, en El Exprimidor, por tener que soportar a los predicadores evangélicos que, a los gritos, manifiestan su fe e invitan a otros a seguirla, en los medios de transporte.

Sé muy bien que Jesús manda a sus seguidores que proclamen las buenas noticias de la salvación, pero debe hacerse con respeto, educación y no amenazándolos con el castigo eterno, como comentó Wilmer.

Las formas deben equipararse con el mensaje: dicho de otra manera, la manera en que cumplo con un mandato divino o social o moral es tan importante como el mandato mismo. Si para inducir a que las personas no mientan decido quemarles la lengua, el método no condice con la buena intención de vivir en un mundo verídico.

Las Iglesias Evangélicas también deben ser respetuosas con el volumen de sus bocinas en los templos, de modo tal que no molesten a los vecinos y transeúntes. No digo que se silencien ni que dejen de comunicar el mensaje divino, pues ya no serían cristianas, pero sí que lo hagan de una manera ordenada, amigable, que, por otra parte, es mucho más eficaz para convencer a quienes no conocen o rechazan a Cristo.

Analicen, si no, cómo Pablo en el libro bíblico de Hechos de los Apóstoles utilizaba estrategias muy eficientes, al punto que, por ejemplo, pudiendo haber sido liberado de la cárcel, prefirió apelar a la ley de su ciudadanía (romana) para que lo enviaran a la capital del imperio y pudiera hablar de Jesús a las máximas autoridades.

La torpeza, el grito desenfrenado, la molestia, la condenación altanera, no están en línea con el mandato supremo de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Predicar sí; molestar, no.

Reflexión completa de Wilmer Castillo: https://www.instagram.com/p/C_yhqYevKr4/

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