China aparece como el socio estratégico del Mercosur tras el estancamiento definitivo del acuerdo con la Unión Europea

El agotamiento del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, la creciente demanda asiática de alimentos y el reciente embarque de 60.000 toneladas de trigo argentino con destino a China reactivaron el debate sobre la conveniencia de avanzar hacia un tratado de libre comercio entre el bloque sudamericano y el gigante asiático, una posibilidad que gana peso tanto en el plano económico como geopolítico. El tema volvió al centro de la agenda la semana pasada en Timbúes, sobre el río Paraná, cuando el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, acompañó la salida del primer envío de trigo a China y ratificó la apertura de la provincia a las inversiones del país asiático.

El hecho no fue menor. Pullaro estuvo acompañado por el embajador chino en la Argentina, Wang Wei, ante quien expresó que “la provincia de Santa Fe les abre los brazos a las inversiones de China”, una definición que excede lo provincial y dialoga con un debate estratégico de alcance nacional. La escena se dio en un contexto en el que el Gobierno de Javier Milei busca redefinir el posicionamiento internacional de la Argentina, con un discurso alineado a la apertura comercial y a la revisión de alianzas históricas.

Desde esta perspectiva, China aparece como un socio natural para el Mercosur. Se trata de dos economías estructuralmente complementarias: América del Sur es una de las regiones más competitivas del mundo en producción agroalimentaria, mientras que China concentra el mayor mercado de consumo de alimentos del planeta y una enorme capacidad de inversión en infraestructura, logística y sistemas productivos.

El desgaste del acuerdo con la Unión Europea

El impulso hacia un acuerdo con China se explica, en buena medida, por el desgaste terminal del pacto Unión Europea–Mercosur, negociado durante más de dos décadas y hoy empantanado por la falta de voluntad política en Bruselas. Según análisis difundidos en medios económicos nacionales, el principal obstáculo sigue siendo el proteccionismo agrícola europeo, con Francia como actor central en el bloqueo a las exportaciones sudamericanas.

En el Mercosur señalan que la Unión Europea mantiene una política defensiva frente a un competidor que considera una amenaza directa. La producción agroindustrial de la región es reconocida por su eficiencia, escala e innovación tecnológica, atributos que chocan con los intereses de los lobbies agrícolas europeos. Esa tensión estructural explica por qué, pese a los anuncios y las firmas preliminares, el acuerdo nunca logró traducirse en una implementación concreta.

Para varios analistas, insistir en ese camino implica perder tiempo y oportunidades en un escenario global que cambió de forma acelerada en los últimos años, con Asia como eje del crecimiento económico y del comercio internacional.

China aparece como el socio estratégico del Mercosur tras el estancamiento definitivo del acuerdo con la Unión Europea

China, inversión y acceso a mercados

Un eventual acuerdo Mercosur–China no solo garantizaría el libre acceso de las exportaciones sudamericanas al principal mercado consumidor de alimentos del mundo. También abriría la puerta a un flujo sostenido de inversiones chinas en infraestructura, logística, energía y sistemas productivos, un aspecto clave para mejorar la competitividad regional.

La experiencia de otros países de la región refuerza este argumento. Chile y Perú ya cuentan con tratados de libre comercio con China y exhiben resultados concretos. En el caso chileno, el vínculo con el país asiático se consolidó como uno de los pilares de su estrategia exportadora, tanto en el sector agroalimentario como en el minero.

El nuevo escenario político en Chile también alimenta esta discusión regional. El presidente electo José Antonio Kast se manifestó públicamente a favor de profundizar la relación comercial con China y propuso potenciar los puertos chilenos del Pacífico, todos ellos de aguas profundas y con infraestructura de última generación, como una salida natural para la producción argentina y del Mercosur hacia los mercados asiáticos.

El caso peruano y el puerto de Chancay

Perú ofrece otro ejemplo concreto del impacto de la asociación con China. En los últimos años, el país se consolidó como el segundo productor mundial de cobre, solo por detrás de Chile, en un proceso en el que la inversión china jugó un rol central. Uno de los hitos más relevantes es el puerto de Chancay, financiado y construido con capitales chinos.

Ubicado sobre el Pacífico, Chancay se destaca por su alto nivel de automatización y tecnología, y está llamado a convertirse en uno de los nodos logísticos más importantes de América del Sur para el comercio con Asia. Para los defensores de un acuerdo Mercosur–China, este tipo de infraestructura ilustra el potencial de una relación que va mucho más allá del intercambio de materias primas.

El factor geopolítico y el espejo de Estados Unidos

El debate sobre China no puede separarse del contexto geopolítico global. En el Gobierno argentino suelen citar como referencia la estrategia de Donald Trump, a quien el presidente Milei considera un mentor político. Pese a su retórica confrontativa, Trump impulsó durante su gestión un diálogo estratégico con el presidente chino Xi Jinping, que derivó en acuerdos de cooperación y en una relación definida más por la competencia económica que por el enfrentamiento directo.

Esa visión quedó reflejada en la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos 2025, publicada recientemente, que sostiene que China “no es un país adversario” sino un competidor con el que es posible avanzar en esquemas de integración orientados a la prosperidad compartida, en línea con los conceptos planteados por el propio Xi Jinping.

Para quienes promueven un acercamiento del Mercosur a China, este enfoque debería despejar temores y prejuicios en la región. La clave, sostienen, pasa por abandonar fantasmas ideológicos, analizar los datos objetivos y asumir que el centro de gravedad del comercio mundial se desplazó hacia Asia.

Una decisión estratégica para el Mercosur

El envío de trigo desde Santa Fe a China funciona como una señal política y económica de ese cambio de época. En un contexto de restricciones externas, necesidad de divisas y búsqueda de inversiones, el Mercosur enfrenta una decisión estratégica: persistir en un acuerdo con Europa que muestra signos de agotamiento o avanzar hacia una integración más profunda con China, aprovechando la complementariedad productiva y la demanda creciente.

El debate recién comienza, pero los hechos —embarques, inversiones, puertos y flujos comerciales— parecen empujar en una dirección clara. Para la Argentina y el Mercosur, la discusión ya no es solo ideológica, sino práctica y urgente, en un mundo que redefine sus alianzas a partir de intereses concretos y oportunidades reales, un giro que incluso medios de referencia como Clarín vienen señalando en sus análisis sobre el nuevo orden comercial global.

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