Bachar al Asad, tras más de dos décadas al mando de Siria, fue derrocado este domingo tras una ofensiva de 12 días liderada por la coalición islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), que tomó Damasco y declaró el fin de su mandato.
Formado como oftalmólogo en Londres y originalmente ajeno a la política, Al Asad asumió el liderazgo tras la muerte de su hermano Basel en 1994, quien era el sucesor designado por su padre, Hafez al Asad.
Desde su ascenso en el año 2000, Bachar consolidó su poder mediante la represión de opositores, reformas constitucionales a su medida y una brutal respuesta a la Primavera Árabe en 2011, que desembocó en más de una década de guerra civil.
A pesar de haber sido inicialmente visto como un líder prometedor, las expectativas de reformas democráticas se desvanecieron rápidamente. La represión sistemática, junto con la dependencia de sus aliados rusos e iraníes, marcó su gobierno.
A lo largo de la guerra, Al Asad logró recuperar territorio, pero a un altísimo costo humano y económico: millones de desplazados, devastación urbana y una economía colapsada.
Las últimas elecciones, ampliamente consideradas como una farsa, no lograron ocultar el creciente descontento por la crisis económica, la inseguridad alimentaria y la pobreza extrema.
El aislamiento internacional, las sanciones occidentales y la pérdida de apoyo activo de Rusia e Irán en los últimos años hicieron insostenible su permanencia.
Según informes preliminares, Al Asad habría huido en un avión tras la caída de Damasco, dejando tras de sí un país profundamente dividido y con un futuro incierto. Su derrocamiento marca el fin de más de medio siglo de dominio de la familia Al Asad sobre Siria.